Necesidad de un lenguaje
El cine es algo más que una forma de expresión cualquiera.
No solamente se diferencia del lenguaje oral en el hecho de
que éste tiene que ver con formas de carácter auditivo y aquél
con formas de carácter visual, sino que a su vez se diferencia
de otras expresiones igualmente visuales, tales como la pintura
y la escultura debido a la capacidad que posee el cine
para describir acciones en espacios y tiempos supuestos,
organizando secuencias y cuerpos narrativos complejos.
Esta capacidad es sustancial al concepto de narratividad, lo
que de hecho vincula el cine más al campo de la literatura
que al de otras artes en cuanto a que la capacidad de narrar,
independientemente del medio utilizado y de los sentidos
que compromete, tiene más que ver con estados mentales
adquiridos por la especie a 10 largo de su evolución, que con poseer o no una tecnología dada, aunque, por supuesto, cada nueva tecnología influye de diversas maneras en esos de
estados mentales. Esta cuestión nos remite al hecho de que la tecnología antes que nada es el instrumento de esa capacidad de narrar, la cual se halla sustentada en el dominio que el usuario posee sobre el lenguaje. De tal manera, el conocimiento y puesta en práctica de una forma de expresión se fundamentan no en la tecnología que se utiliza, sino en las normas bajo las que se organizan los componentes del lenguaje,
el cual a su vez es expresión de la capacidad mental de darle nombre a seres y cosas, así como de registrar el comportamiento de éstos en el mundo. Históricamente, ta
desde el momento en que, en su pasado remoto, el hombre fue capaz de describir una acción, se inició un largo proceso de adquisición de aptitudes mentales que le permitirían cada vez con mayor agudeza diseccionar el espacio físico y relacionar los movimientos acaecidos en él. La aparición de cada
nueva tecnología propiciaría una forma más avanzada de acelerar nuestras capacidades para diseccionar el espacio, a
describirlo y, fundamentalmente, para transmitirlo. El poseer una tecnología -tal como ocurrió 1700 años a. de C. con el alfabeto, hace 540 con la imprenta y actualmente con el cine- ofrece a quienes la poseen, mayores posibilidades de ejercer esa capacidad de narrar y de interpretar el mundo.
Con ello, también posibilita la difusión, si no es que hasta
la imposición, de las ideas e intereses de quienes poseen esa
tecnología, por lo menos durante el tiempo que tardan los
tecnológicamente desposeídos en apropiarse de ella. Y como
dichas tecnologías siempre han sido puestas en práctica por
las élites cercanas al poder, entonces las ideas e interpretaciones del mundo no están en razón de otra cosa que de la
defensa de los intereses de tales élites y de las estructuras
sociales sobre las que se sustentan sus privilegios. Apropiarse
de esas tecnologías siempre ha sido un reto a la vez
que un factor sustancial para los sectores subordinados,
dominados y explotados, para adquirir conciencia del
mundo, de los otros y de sí mismos. Por supuesto, mientras más compleja es la tecnología en que se sustenta un medio de expresión, mayores dificultades representa su apropiación para utilizarla como un instrumento de conocimiento y liberación. Y mientras mayor sea la distancia que separa ale
las élites dominantes de los sectores dominados, más insalvables serán los obstáculos que las mismas élites colocarán frente a dichos sectores en su afán de impedirles el
IS acceso a esas tecnologías.
El cine es un ejemplo palpable de esta forma de actuar, más aún si tomamos en cuenta que este medio -y ahora la
TV como su continuidad- ha rebasado todas las expectativas en cuanto a alcance e influencia social, pero también por la complejidad de su tecnología. De ahí que para las
o clases dominantes sea un instrumento invaluable para perpetuar su dominio y que para las clases oprimidas sea imprescindible utilizarlo como un instrumento de liberación.
Tomar conciencia de esto, fue lo que le permitió al cine
e latinoamericano la renunciación a una posición tradicional, aliada a los intereses de los sectores dominantes, e iniciar lar
búsqueda de un método y de una práctica más acordes a las condiciones técnicas de que disponemos. Porque los poseedores de la técnica jamás ofrecerán ésta a aquéllos que interpretan la vida en un sentido diferente, revolucionario.
La derecha piensa según la razón del orden y del desarrollo -afirmaba Glauber Rocha en 1971-. La tecnología es el
, ideal mediocre de un poder que no tiene otra ideología que, el dominio del hombre por el consumo (1987: 8)
Por esta razón, la tecnología, por sus costos y complejidad,
es producto y propiedad de los que ejercen el dominio
sobre la sociedad, los cuales combatirán todo intento de ésta,
o de alguno de sus destacamentos más conscientes, por
aplicarla en su real beneficio.
Sin embargo, no basta con poseer la tecnología para
llegar a utilizarla como un instrumento emancipador. Es
preciso también saber utilizarla como un instrumento para
transmitir a otros mediante imágenes nuestra descripción e interpretación del mundo. El cine es un medio de comunicación, es decir, de traspaso de información de unos individuos a otros. Por ello, así como ocurre en la literatura con las no
palabras, también aquí es preciso conocer las normas bajo las que se organizan las imágenes para saber transmitir hacia en
públicos diversos ideas e historias organizadas correctamente. Así como no es suficiente poseer un lápiz, una máquina de escribir, una imprenta, o una computadora para crear y difundir un relato, un poema, una novela o un manifiesto político, tampoco es suficiente el poseer una cámara de cine o de video y su infraestructura correspondiente, para filmar, editar y hacer comprensible un discurso visual. El
posesionarse de las normas en que se sustenta la organización de las imágenes es el tránsito obligado para relatar correctamente nuestra versión de lo que acontece en el mundo. La historia del cine ha sido la lucha por afinar ese lenguaje, es decir, por saber contar bien las cosas mediante re
imágenes impresas en una cinta continua de celuloide. Lumiére, Mélies, Porter y Griffith representan una primera fase es
de esta búsqueda, marcada más por su inventiva técnica que el
por su teorización. Kulechov, Pudovkin y Eisenstein representan una segunda fase, marcada por la experimentación, la práctica y la teoría. Todo esto se expresaría en los diversos di
tratamientos que se dieron sobre el montaje cinematográfico -a la manera de una sintaxis-, hasta que éste logró integrarse
a una semántica fijada en la mente del realizador. Es
por esta razón que precisamente
el montaje no dio el primer paso hacia la creación artística
hasta el día en que el cineasta, librándose de la óptica
tradicional y descubriendo la originalidad de la visión cinematográfica,
se arriesgó a encadenar sus fragmentos de.film
en un orden independiente al del acontecimiento filmado, es
decir, a dar de este acontecimiento una representación inhabitual
(Debrix 1957: 111).
El cine norteamericano estandarizaría estos logros implementando un modelo dominante, haciendo olvidar la búsqueda que cada cinematografía debe realizar para ajustar dicho lenguaje a su propia realidad. Las características prinscipales de este modelo consisten en la superioridad tecnológica, el control de la distribución mundial de sus)
productos, así como la difusión de una propuesta sustentada en el lucro económico y en una imaginería cuya esencia-responde
a la violencia y la depredación generalizadas. Supeditarse a este modelo y olvidarse de la realidad de que se nutre nuestra propia cultura es mal formar los cimientos
sobre los que ha de edificarse un lenguaje -sea verbal, cinematográfico o televisivo- que de verdad comparta intereses con los demás miembros de la sociedad.
Más aún de lo que ocurre con la lengua, en el cine no
pueden expresarse ideas nativas con las imágenes correspondientes
a una realidad y a una cultura distintas a la propia.
Para establecer un lenguaje que se adecue a nuestra propia
cultura se requiere del registro e indagación de la particular
realidad. Desde esta perspecti va, cada di rector -al igual que
cada hablante y que cada escritor- se halla inmerso en un
espacio poblado por objetos y acontecimientos a los que
enfrenta con su propia sensorialidad y a los cuales ésta en
gran medida se debe. Es de la aprehensión de ese espacio de
donde se desprende una manera peculiar de narrarlo, es decir,
de diseccionarlo y describirlo. Dicha cualidad, Vertov ya la
señalaba en su Manifiesto de las variantes:
La obra cinematográfica es el arte de organizar inevitables
movimientos de objetos dentro de un espacio de acuerdo
-alado de la conducta artística del ritmo en la totalidad con
las propiedades de la materia y el ritmo interno de cada
objeto. La materia -como elementales componentes de la
obra de arte en movimiento- son intervalos (el paso del
primer movimiento al segundo), y no únicamente el
movimiento acción a su cinematográfico en sí. Justamente desenvolvimiento,
estableciendo una relación directa entre lengua e imagen,
entre narrativa cinematográfica y narrativa verbal, al afirmar
que
la organización del movimiento es la organización de sus Con
elementos -intervalos- en frases. En cada frase diferenciamos
la intensificación, la culminación y el debilitamiento del movimiento (mostrado con talo cual intensidad). La obra o
se construye de frases, como la frase de intervalos en movimiento (Vertov 1929: 19-20).
Esta necesidad quedó establecida con el neorrealismo italiano, el cual se planteó este principio como fundamento el (
para establecer su propio lenguaje. No cabe duda de que el aporte del neorrealismo se centra en un retorno a lo real, en una clara intención por diseñarse su particular léxico visual, por desentrañar la lógica de los acontecimientos acaecidos sen
en espacios geográficos y sociales concretos, armando una gramática implícita sobre la cual se consolidaría toda una corriente cinematográfica. Desde La terra trema (1948), de Visconti, hasta La strada (1953), de Fellini, pasando por ... ( Ladrón de bicicletas (1949), de De Sica, y Roma, ciudad
abierta (1945), de Rossellini, se manifiesta un solo
propósito: utilizar la imagen como un medio para reconocerse
a sí mismos, relatando los acontecimientos que se
suscitan en el mundo real. Transformar la imagen en un
instrumento que permita la indagación del mundo significa
saber organizarla y sistematizarla en estructuras regidas por
normas. Pero al ser no solamente un instrumento de conocimiento
sino también una herramienta de creación, esas
normas, al igual de como ocurre en la lengua, no actúan como
camisa de fuerza, sino como liberadores de nuestros sentidos
y, como consecuencia, como impulsores de nuestra inventiva.
Partiendo de la realidad, el realizador no se halla atado
a ella, como tampoco lo está al lenguaje con que la interpreta
La materia prima del realizador cinematográfico no son ,
procesos que ocurren en un espacio real y en un tiempo real, le
sino precisamente trozos de celuloide en los cuales estos procesos quedaron fijados. Este celuloide es ordenado completamente de acuerdo a la voluntad del realizador, el montador
del film (Reisz 1956:23).
Conciencia, realidad y método
No cabe duda de que el neorrealismo italiano ofreció un l'
modelo invaluable para otras cinematografías, entre ellas las
latinoamericanas. No se trataba de apropiarse de él, sino de
reconocer en él sus métodos y formas de intervenir la realidad. Despojándose de la compleja tecnología impuesta por ¡
el cine norteamericano, éste era un modelo que permitía
moverse con mayor soltura en las dimensiones físicas del
espacio, permitiendo di seccionar los movimientos acaecidos
en él, con base en nuestra propia sensorialidad y no de una
sensorialidad prestada. El Nuevo Cine Latinoamericano, al
nutrirse de este modelo, demostró la viabilidad de una nueva 11'
forma de hacer cine, así como la posibilidad de escapar a un I
cine industrial alejado de los intereses sociales.
Es claro -afirmaba Pereira Dos Santos-. Sin el neorrealismo no hubiéramos comenzado, y creo que ningún país con economía de cine débil podría -sin este precedente- haberse realizado en relación al cine. Porque la gran lección del neorrealismo fue la de producir films sin tener que contar con todo el aparato material, económico, de la gran industria que dominaba en la época, especialmente la americana. Nosotros en Brasil procuramos aprender inmediatamente esta enseñanza: o sea, hacer cine Sin estudio con 'una cámara en la mano y una buena idea en la cabeza ", volcados sobre nuestra realidad, encontrando en ella nuestros temas más importantes, que si nos motivaban como hombres, también nos debían motivar como creadores cinematográficos (1979. 148).
Esto conduciría a una aproximación más estrecha con la realidad y, por lo mismo, sería el reencuentro con un nuevo
léxico, con una nueva sintaxis y una nueva temporalidad.
Todo esto llevaría a dos enseñanzas fundamentales que marcarían
profundamente al Nuevo Cine Latinoamericano:
la fuerza del cine está en las imágenes, no en la
técnica, pero es preciso apropiarse de ésta, simplificándola, no buscando alcanzar la perfección formal
del modelo dominante, pero sí creando nuestra
propia estética, nuestro propio cuadro de valores en
cuanto a lo que es correcto o incorrecto, adecuado o
inadecuado. La realidad es la fuente básica de las imágenes y de pl~
su gramática interna. Es preciso hacerla explícita, pra
diseñando un léxico visual que tenga como fuente esa
nuestra realidad y desentrañando la lógica de los zac
acontecimientos acaecidos en los espacios que habitamos a fin de establecer la sintaxis orgánica de este lenguaje